El mito de los alimentos baratos está destruyendo la tierra, se
subvencionan malas prácticas de producción y transporte basados en combustibles
fósiles cada vez más costosos e inútiles, se favorece el dumping y los
monopolios (Shiva, 2006).
Autores como Naredo y Valero alertan mediante la denominada “regla
del notario” sobre el desequilibrio mundial que enriquece a quienes ocupan las
fases finales de la gestión y comercialización. Se ha ordenado el mundo en
núcleos de atracción de población, capitales y recursos, y áreas de apropiación
y vertido (Naredo, 2006).
Por lo tanto, los imperios alimentarios controlan todo el sistema
productivo (Ploeg, 2007). El sector de procesamiento de alimentos (cada vez más
degradados) ha crecido enormemente, al igual que las crisis alimentarias como
vacas locas, gripe aviar, pepinos, etc.
La cuenca mediterránea contiene la mayor biodiversidad de Europa
principalmente debido a la multiplicidad de culturas que lo han habitado,
aspecto que queda contenido en su agricultura (Guzmán et al., 1998: 334). Pero se están
homogeneizando los paisajes y la sociedad, en el caso de los cereales se han
perdido las variedades locales casi en su totalidad con las prácticas que se le
asocian.
Variedades y saber tradicional han sido infravalorados por igual y
sin embargo, de los vegetales cultivados en el pasado, el trigo era un recurso
de primer orden y por ello hubo tal extraordinario desarrollo de tipologías “Hay
que tener en cuenta que se utilizaba para consumo humano, por lo que había
mucho interés en buscar calidades, sabores y aptitudes” (Acosta, 2008: 46). Hoy
asistimos a una disminución de la protección que proporcionaban ante las
adversidades y, por tanto, la disminución de nuestra soberanía alimentaria.
C
Para Rufino Acosta no hay que redimir por completo a los/as agricultores/as
porque su falta de cohesión y organización ha hecho que pierdan el control de
sus propios recursos fitogenéticos (Acosta, 2008).
Cuando nos fijamos en el trigo, la base genética se ha ido
estrechando con el paso de los años hasta el punto de descender casi todas las
variedades mundiales a tan sólo un puñado de genes. Se busca el rendimiento sin
importar la resistencia (que se artificializa mediante preparados), su sabor y cualidades
nutritivas (Vellvé, 1992).
El colapso sin embargo puede llegar antes por la falta de la savia
que alimenta todo estos complejos procesos: los combustibles fósiles, hasta ahora
excesivamente baratos.
Las energías renovables se han sustituido por las que no lo son,
dejando un espacio agrario inviable a largo plazo (Naredo, 1988).
El Capitalismo Global no tiene un plan energético alternativo y
hasta el 2030 viviremos un inexorable declive (Fernández, 2011) que entre los
escenarios posibles, podría resultar un regreso paulatino al trabajo humano y
animal, a una agricultura dependiente de la energía solar y la ruralización de
la sociedad.
Luna
Luna
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