lunes, 16 de julio de 2012

La importancia de recuperar nuestra simiente tradicional

El mito de los alimentos baratos está destruyendo la tierra, se subvencionan malas prácticas de producción y transporte basados en combustibles fósiles cada vez más costosos e inútiles, se favorece el dumping y los monopolios (Shiva, 2006).

Autores como Naredo y Valero alertan mediante la denominada “regla del notario” sobre el desequilibrio mundial que enriquece a quienes ocupan las fases finales de la gestión y comercialización. Se ha ordenado el mundo en núcleos de atracción de población, capitales y recursos, y áreas de apropiación y vertido (Naredo, 2006).

Por lo tanto, los imperios alimentarios controlan todo el sistema productivo (Ploeg, 2007). El sector de procesamiento de alimentos (cada vez más degradados) ha crecido enormemente, al igual que las crisis alimentarias como vacas locas, gripe aviar, pepinos, etc.

La cuenca mediterránea contiene la mayor biodiversidad de Europa principalmente debido a la multiplicidad de culturas que lo han habitado, aspecto que queda contenido en su agricultura (Guzmán et al., 1998: 334). Pero se están homogeneizando los paisajes y la sociedad, en el caso de los cereales se han perdido las variedades locales casi en su totalidad con las prácticas que se le asocian.

Variedades y saber tradicional han sido infravalorados por igual y sin embargo, de los vegetales cultivados en el pasado, el trigo era un recurso de primer orden y por ello hubo tal extraordinario desarrollo de tipologías “Hay que tener en cuenta que se utilizaba para consumo humano, por lo que había mucho interés en buscar calidades, sabores y aptitudes” (Acosta, 2008: 46). Hoy asistimos a una disminución de la protección que proporcionaban ante las adversidades y, por tanto, la disminución de nuestra soberanía alimentaria.
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Para Rufino Acosta no hay que redimir por completo a los/as agricultores/as porque su falta de cohesión y organización ha hecho que pierdan el control de sus propios recursos fitogenéticos (Acosta, 2008).

Cuando nos fijamos en el trigo, la base genética se ha ido estrechando con el paso de los años hasta el punto de descender casi todas las variedades mundiales a tan sólo un puñado de genes. Se busca el rendimiento sin importar la resistencia (que se artificializa mediante preparados), su sabor y cualidades nutritivas (Vellvé, 1992).

El colapso sin embargo puede llegar antes por la falta de la savia que alimenta todo estos complejos procesos: los combustibles fósiles, hasta ahora excesivamente baratos.

Las energías renovables se han sustituido por las que no lo son, dejando un espacio agrario inviable a largo plazo (Naredo, 1988).

El Capitalismo Global no tiene un plan energético alternativo y hasta el 2030 viviremos un inexorable declive (Fernández, 2011) que entre los escenarios posibles, podría resultar un regreso paulatino al trabajo humano y animal, a una agricultura dependiente de la energía solar y la ruralización de la sociedad.

Luna

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